El apóstol Pablo plantea una verdad esencial en Romanos capítulo 3: aunque el ser humano falle, Dios permanece fiel. En este artículo exploraremos los primeros versículos de este capítulo clave, donde Pablo responde a una pregunta profunda: ¿Tiene valor ser judío si muchos no creen? Al profundizar en este pasaje, descubriremos cómo la Palabra de Dios fue confiada a Israel, por qué Su fidelidad no depende de la respuesta humana, y cómo incluso la desobediencia humana termina revelando la justicia divina. Este estudio expositivo nos ayudará a comprender mejor la fidelidad inquebrantable de Dios y nuestra responsabilidad ante Su Palabra.
¿Cuál es la ventaja de ser judío?
Pablo comienza Romanos 3 enfrentando una posible conclusión errada: si el judío que transgrede la ley no es contado como justo, ¿qué ventaja tiene? Su respuesta es enfática: “Mucha, en todas maneras”. La primera de esas ventajas es que a Israel se le confiaron los oráculos de Dios, es decir, Su Palabra. Esta responsabilidad sagrada revela que Dios escogió a un pueblo para entregar y preservar las Escrituras, que hoy bendicen a toda la humanidad.
La incredulidad humana no anula la fidelidad divina
Muchos dentro del pueblo judío fueron incrédulos, pero eso no significa que Dios haya fallado. Pablo es claro: “¿Su incredulidad habrá hecho nula la fidelidad de Dios? ¡De ninguna manera!” (Romanos 3:3-4). Este principio es vital: la fidelidad de Dios no está sujeta a la conducta humana. Él cumple Su Palabra, aun cuando nosotros fallamos. Su carácter no cambia por nuestras acciones.
Dios es veraz, todo hombre mentiroso
Pablo cita el Antiguo Testamento para mostrar que, cuando Dios es juzgado conforme a Su Palabra, siempre es hallado justo. Esto significa que lo que Dios dice, lo cumple. Su justicia es absoluta y Su Palabra es coherente con Sus acciones. El ser humano, por el contrario, suele desviarse y justificar su pecado, pero Dios permanece firme en Su verdad.
¿La injusticia humana revela la justicia de Dios?
Pablo anticipa un argumento falso: si nuestra injusticia revela la justicia de Dios, ¿por qué nos juzga? Algunos pensaban que el pecado podía justificar un bien mayor, pero Pablo rechaza esta lógica. Dios no necesita del pecado para revelar Su gloria. La desobediencia trae juicio, no recompensa. Este pensamiento blasfemo—”hagamos lo malo para que venga lo bueno”—es condenado severamente.
La soberanía de Dios no justifica el pecado
Dios puede usar cualquier cosa para manifestar Su gloria, incluso lo malo, pero eso no significa que Él cause o apruebe el pecado. Judas Iscariote, por ejemplo, no fue un siervo obediente, sino un instrumento del enemigo. Aunque Dios usó esa traición para cumplir Su propósito, Judas enfrentó las consecuencias eternas. Así también será con todo aquel que desprecie la gracia divina.
La fidelidad de Dios exige una respuesta de obediencia
Romanos 3 nos recuerda que Dios es fiel, justo y veraz. Él cumplirá Su Palabra, sin importar la incredulidad humana. Este mensaje no debe llevarnos a la apatía, sino al arrepentimiento. Quien ignora el juicio de Dios pensando que “todo saldrá bien”, se engaña a sí mismo. Solo a través del Evangelio, mediante el arrepentimiento y la fe en Yeshúa, podemos ser perdonados y caminar conforme a Su propósito. El juicio vendrá, pero aún hay tiempo para volvernos a Él.
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