La crucifixión en Lucas 23: humillación, juicio y redención

La crucifixión en Lucas 23: humillación, juicio y redención

La resurrección es el evento más importante en la historia de la humanidad. Pero antes de ella, hubo una cruz. En Lucas 23:26–38 se nos relata que la crucifixión de Yeshúa (Jesús) fue un acto público de humillación y, al mismo tiempo, el cumplimiento del plan de redención. Allí vemos autoridades injustas, un pueblo confundido y, sobre todo, al Siervo fiel que entrega su vida en Pascua.

Pilato y la autoridad mal usada

Poncio Pilato recibió autoridad, pero la usó mal. No le interesaba la verdad ni la justicia, solo sus propios intereses. Por esa razón Dios no se agradó de él. La Escritura nos enseña que toda autoridad debe usarse para la gloria de Dios. Pilato, al ceder a la presión popular, permitió la ejecución de un hombre inocente, sin pecado. Yeshúa murió porque el pecado y la muerte van de la mano; pero no por pecados propios, sino por los nuestros, que fueron puestos sobre Él en la cruz.

Simón de Cirene: el que cargó la cruz

Lucas 23:26 relata que los soldados tomaron a Simón de Cirene (un judío procedente de Libia, en el norte de África), y le obligaron a cargar la cruz detrás de Yeshúa. Esto porque el Mesías, tras haber sido azotado, golpeado y burlado tanto por el Sanedrín como por los romanos, estaba tan desfigurado y debilitado que no podía llevarla por sí mismo. Simón se convierte así en un testigo involuntario del sufrimiento de Cristo.

Las mujeres que lloraban: un anuncio de redención

Una gran multitud le seguía, incluidas mujeres que lloraban y se lamentaban (Lc 23:27). Ellas le habían seguido desde Galilea, le amaban y sabían que estaba a punto de morir de la forma más cruel.

Yeshúa se volvió hacia ellas y dijo:

“Hijas de Jerusalén, no lloren por mí, lloren por ustedes y por sus hijos.”

El énfasis en las mujeres nos recuerda que, cuando la Escritura destaca a la mujer, el contexto suele ser la redención. Él les advierte que vienen días en que se considerará “bienaventurada” a la estéril, porque los tiempos finales estarán marcados por sufrimiento y dolor. Será un período tan difícil que la gente pedirá a los montes y a los collados: “¡Caigan sobre nosotros y cúbrannos!” (cf. Apocalipsis 6).

Si en tiempos “verdes” (de prosperidad) la injusticia se manifiesta así, ¿qué ocurrirá cuando llegue la sequedad espiritual de los últimos días?

El lugar de la Calavera: una cruz pública

En el versículo 33 leemos: “Cuando llegaron al lugar llamado la Calavera…” En griego se usa la palabra kranion (“cráneo”). No es un término latino como “Calvario”. Este sitio pudo haberse llamado así por la forma de la roca o porque era un lugar público de ejecución. Hasta hoy sigue siendo un cruce transitado en Jerusalén.

Allí crucificaron a Yeshúa junto a dos verdaderos criminales, uno a su derecha y otro a su izquierda. Esto resalta que Él era diferente: inocente, el Cordero de Dios.

“Padre, perdónalos”: gracia en medio del dolor

En medio de la agonía extrema, Yeshúa oró:

“Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23:34).

Los soldados echaron suertes por sus vestiduras, valiosas por ser sin costura. Su única preocupación era el dinero, no la justicia. El pueblo y los líderes se burlaban diciendo: “A otros salvó, que se salve a sí mismo.” No entendían que su misión no era salvarse, sino salvarnos a nosotros.

El título en la cruz: un mensaje universal

Sobre su cabeza se escribió: “Este es el Rey de los judíos”, en griego, latín y hebreo (Lc 23:38). Tres idiomas que representaban al mundo conocido: un mensaje para todas las naciones.

Juan el Bautista había proclamado: “He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn 1:29). En la cruz, durante la Pascua, Yeshúa cumplió el papel del Cordero pascual: derramar su sangre para redención y perdón de pecados.

Conclusión: la cruz nos invita a responder

Lucas 23 nos muestra a Yeshúa como el Siervo fiel, humillado, pero a la vez exaltado como Rey. Su muerte en Pascua abrió el camino al perdón, a la reconciliación y a la vida eterna. La cruz denuncia nuestro pecado, pero también nos ofrece gracia.

Hoy puedes responder a esa gracia: reconoce tu necesidad, confía en el sacrificio del Mesías y recibe el perdón que te reconcilia con Dios.

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